❀Entonces, muchos caminaron con los ojos grises. Muchos eran tantos, y tan pocos. Cambiaban de vereda, cruzaban el asfalto, sus hombros caídos y en sus espaldas la nada pesaba como pesan mil rocas, o mil olvidos de recuerdos queridos o tal vez, como un dolor punzante y sangriento que desde la espina dorsal se difumina como ramificaciones. Así, de esa forma, los caminantes llevaban la mirada de la soledad, aquella que no les permitía contemplar el cielo por ver sus zapatos; uno tras otro los pasos ciegos; rotos de realidades. Aislados, dolidos. Cruzaban las sombras unos con otros. Reconocían ciertos rostros en la mueca desatinada del saludo a distancia, medio gesto de gratitud bastaba para ser complaciente. Racimos de hipocresía, cubriendo la barbarie, camuflajeando rostros, sus propios rostros. La realidad sosteniendo la respiración viciada, y entre redes el desparpajo. Entonces no volvimos a vernos. Fue cuando el cielo dejo de ser cielo a los ojos, y cuando las manos no acariciaron pétalos, ni estrías en los troncos de aquellos árboles. Nos olvidamos del sonido del viento, de cómo arremolina los cabellos, por llevarlos tan sujetos. No abrazamos a nuestros padres, ni alzamos el peso de nuestros niños. No sujetamos esas manos con los años viejos, no besamos esas frentes de días nuevos. Empezamos a vaciarnos, a ser lo marchito de esta tierra, a saborear amargo con tal de comer rápido, nos bebimos de a poco y sin saberlo, o tal vez excusando el ritmo ligero de estos tiempos. Engranajes, maquinaria, eslabones. Nos fuimos rompiendo por dentro y desde dentro. Pero un puto día, donde el sol brillo intenso nos prohibieron todo y ese todo fue tremendo, nos bastó una ventana para ver el cielo. La peste nos miró desde afuera y nos señaló sin miedo. Besamos de a uno nuestros recuerdos y enumeramos de a poco, los pocos recuerdos. Fueron escasos los besos, los abrazos, los te quiero. La flor y el árbol, la lluvia y el viento. El sonido del mar y el llanto primero. La voz quebrada de los abuelos. Nos pesó más el pasado, de infinitos yerros, de no ser entrega cuando era momento. Se colmaron las manos de terribles deseos y de los ojos, colores nuevos. Fuimos un atisbo de esperanza en medio del infierno y quisimos ser caminantes y volver a vernos. ❀
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